“Había entonces en la iglesia
que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba
Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el
tetrarca, y Saulo. Ministrando estos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu
Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”.
Hechos 13:1-3
INTRODUCCIÓN
Con el inicio del capítulo 13 de Hechos de los Apóstoles,
Lucas da paso a una nueva sección en la narrativa de los acontecimientos
relacionados con los primeros años de la iglesia cristiana. En el capítulo anterior
Lucas nos narró todos los acontecimientos concernientes a la persecución que Herodes
Agripa I desató sobre la iglesia y el castigo que le vino al soberbio monarca
por causa de su maldad. Ahora, el Espíritu Santo elige a dos hombres llamados Bernabé
y Saulo, quien llegaría a llamarse Pablo, y la época de las grandes misiones hacia
los gentiles estaría a punto de iniciar.
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El llamamiento de Pablo y Bernabé al ministerio
PROFETAS Y MAESTROS EN ANTIOQUÍA
“Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y
maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el
que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo”.
Hechos 13:1
Después de los acontecimientos relacionados con la muerte de
Herodes Agripa I, Lucas se traslada una vez más a Antioquia de Siria donde
iniciara una nueva sección en la narrativa de los hechos relacionados con los
primeros inicios de la iglesia del primer siglo. En los últimos versículos del capítulo
anterior se nos conectan con los acontecimientos del capítulo 13: “Y Bernabé y Saulo, cumplido su servicio, volvieron de
Jerusalén, llevando también consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre
Marcos”, (Hechos 12:25). La última vez hicimos notar el detalle de cómo
Lucas presenta a los personajes que tomaran protagonismo en los siguientes capítulos,
los presenta como Bernabé y Saulo, y no Saulo y Bernabé, lo cual sugiere que
Saulo, quien se llegaría a llamar Pablo, era el discípulo. No olvidemos que
fue Bernabé quien apoyo a Saulo en Jerusalén para que la iglesia lo aceptara
como a un verdadero cristiano (Hechos 9:26-30), luego, fue Bernabé quien trajo
a Saulo para que le ayudase a trabajar en Antioquia: “Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a
Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a
mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en
Antioquía”, (Hechos 11:25-26). Por tanto, no es difícil creer que Bernabé
fue un guía o mentor para Saulo en sus primeros años como cristiano y
ahora, ambos regresaron a Antioquia donde se reúnen con la iglesia: Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía,
profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene,
Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Lucas
nos presenta el nombre de 5 personajes a los cuales identifica con el
ministerio de profetas y maestros, a Simón, quien llamaban Niger. La palabra
Niger, literalmente significa, “negro”, lo cual nos sugiere que
probablemente era un creyente originario del continente africano,
posiblemente de Cirene. Algunos han llegado a opinar que este Simón que
aparece aquí es el mismo Simón de Cirene que aparece en los evangelios: “Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía
del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús”,
(Lucas 23:26). Sin embargo, es solo una hipótesis que no tiene forma de
confirmarse. Luego aparece Lucio de Cirene, quien de igual manera era oriundo
de África. Cirene era una ciudad ubicada en la región de Libia, al norte de
África, cerca de Egipto y podemos ver cómo su influencia en el Medio Oriente y
en la iglesia en sí estuvo presente. Luego tenemos a Manaén, el que se
había criado junto con Herodes el tetrarca. En este caso se refiere a
Herodes Antipas, el que ordeno la decapitación de Juan el bautista. Manaén había
tenido la oportunidad de haberse criado con un hijo de rey, en este caso,
Herodes Antipas, lo cual hace probable de que haya sido parte de la
aristocracia; sin embargo, sus vidas tuvieron rumbos diferentes, uno para
perseverar en el pecado y el otro encontró el camino de la vida eterna a través
de la fe en Cristo. Finalmente, también menciona a Bernabé y Saulo, a
todos estos Lucas los llama profetas y maestros, sin especificar el
ministerio asociado a cada uno. Lo que uno puede ver aquí es la bendición
que esta iglesia tenía en Antioquia a contar con una diversidad de ministerios.
Es por medio de los ministerios que el Señor edifica a su iglesia, algo que hoy
en día nosotros también necesitamos, más que gente atribuyéndose títulos, lo
que necesitamos es que en la iglesia se levanten verdaderos ministros del
evangelio que contribuyan con el avance de la obra de Dios y la edificación del
pueblo de Dios. Por otro lado, podemos ver la diversidad de culturas que convivían
en la iglesia de Antioquia, había sirios, judíos, griegos y africanos, todos
unidos en el amor de Cristo. Esto para los judíos era inconcebible, pero Bernabé
y Saulo habían comprendido que Dios los había llamado a una nueva familia en la
fe.
MINISTRANDO AL SEÑOR
“Ministrando estos al Señor, y ayunando...”
Hechos 13:2
Lucas nos dice que estos hombres estaban reunidos para
adorar y buscar del Señor: Ministrando
estos al Señor, y ayunando... Quizás la palabra, ‘ministrando’, no
sea la mejor traducción para este texto, ya que ministrar significa prestar un
servicio a Dios, ya sea en la obra del Señor o durante un servicio de adoración
en el culto. La palabra, “ministrando”, se traduce de la palabra griega,
leitourogounton (λειτουργούντων), de
donde proviene la palabra, liturgia, por lo que podemos entender que lo que
estos hombres hacían era tener un momento de adoración, ayunando y buscando la
presencia del Señor, o como diríamos en nuestro tiempo, estaban en un culto
cristiano. Algunas versiones modernas ya traducen este versículo dándole el
significado que estamos enfatizando: “Un día,
mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando...”,
(Hechos 13:2, DHH).
EL LLAMAMIENTO DE BERNABÉ Y SAULO AL MINISTERIO
“… dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la
obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron
las manos y los despidieron”.
Hechos 13:2-3
Fue estando en este culto que el Espíritu Santo hablo
diciendo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra
a que los he llamado. Por el hecho de que allí había presente
profetas no es difícil creer que uno de ellos hablo por el Espíritu anunciando a
todos los presentes el plan de Dios para con estos hombres. aquí encontramos el
llamamiento de estos dos hombres al ministerio. Para que un llamamiento al
ministerio sea autentico este debe venir de parte de Dios ya que el ministerio
no es un asunto de gustos o preferencias laborales, ni siquiera se trata de
cumplir un perfil profesional, es un llamado especial de Dios. El llamamiento
es personal y generalmente el que lo recibe entiende que es Dios quien lo está
llamando, muchas veces estas personas ni siquiera están pensando en ser
ministros, tienen otros planes, algunos ni siquiera lo desean, pero como es el
Señor quien llama, quién puede resistir su llamamiento. Para este momento que Bernabé
y Saulo recibieron su llamamiento, lo más seguro es que Dios ya había tratado
con ellos preparándolos para este momento, o sea, no los tomó de sorpresa el
llamamiento, y generalmente así es con aquellos que son llamados, antes de su ordenación
como ministros, el Señor ya les hizo saber su voluntad y esta voluntad ya ha
sido confirmada para el momento del ordenamiento. Después de la profecía de
Dios, la congregación allí reunida oró por Bernabé y Saulo, encomendándolos a
Dios para la obra del ministerio: Entonces, habiendo
ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. La imposición
de manos era una costumbre de Israel que fue adoptada por la iglesia, solían orar
por los nuevos servidores imponiéndoles las manos: “Agradó
la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del
Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a
Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles,
quienes, orando, les impusieron las manos”, (Hechos 6:5-6). Parecido
a Pablo, también a Timoteo se le confirmó por profecía su llamado al ministerio
y fue ordenado por la imposición de manos del presbiterio, o sea, los ancianos
de la iglesia: “No descuides el don que hay en ti,
que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del
presbiterio”, (1 Timoteo 4:14). La
imposición de manos no es un acto místico o mágico donde una persona tiene
el poder de transferir algún tipo de poder, sino, en una costumbre de la
iglesia donde se aprovecha para orar y pedirle al Señor que los respalde, dándole
poder y autoridad para cumplir con su ministerio y al mismo tiempo sirve como
un testimonio público delante de la congregación de que aquellas personas han
sido encomendados oficialmente al servicio del Señor. La iglesia primitiva comprendió
esto, tanto que la imposición de manos no solo fue una costumbre entre ellos,
sino, una doctrina básica que se enseñaba a los cristianos: “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de
Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del
arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de
bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del
juicio eterno”, (Hebreos 6:1-2). Por tanto, la imposición de manos
es una tradición cristiana vivida, de hecho, hay suficiente evidencia a parte
de la Biblia, de que la iglesia continúo practicándolo, así, la Tradición
Apostólica de Hipólito de Roma (III d.C.) describe con detalle el rito de
ordenación de obispos, presbíteros y diáconos, incluyendo la imposición de
manos como acto central: “Cuando se ordena un
obispo, todos los obispos impondrán sus manos sobre él…”. Esta obra
muestra cómo la iglesia institucionalizó la imposición de manos como símbolo de
transmisión de autoridad espiritual. Tertuliano (siglo II d.C.), en su obra, De
Baptismo (Sobre el Bautismo), también habla acerca de la imposición de manos en
los nuevos creyentes que eran bautizados: “Después
del baño, se realiza la unción con aceite consagrado, según la antigua
disciplina por la cual los sacerdotes eran ungidos. Luego se impone la mano,
invocando y llamando al Espíritu Santo”. Y Agustín de Hipona también lo hablo
de la imposición de manos en su obra De baptismo contra Donatistas, aproximadamente
entre 400–401 d.C.: “…el sacramento del bautismo es
lo que tiene el bautizado; y el sacramento que faculta para conferir el
bautismo es lo que tiene el que ha sido ordenado… si permanece uno en los
malos, deben permanecer uno y otro. Y así como se acepta el bautismo… debe
aceptarse también el bautismo que dio quien, al separarse, no perdió el
sacramento que da potestad para conferirlo… por esto no se les imponen las
manos como si fueran laicos”. Por tanto, la iglesia puede seguir
practicando esta costumbre santa de imponer las manos cuando se ore los unos
por los otros, o cuando se establecen los nuevos servidores. De esta forma, Bernabé
y Saulo fueron encomendados a Dios para iniciar su ministerio.

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