“Entonces Pablo, levantándose, hecha señal de silencio con la mano,
dijo: Varones israelitas, y los
que teméis a Dios, oíd: El Dios de este pueblo de Israel escogió a nuestros
padres, y enalteció al pueblo, siendo ellos extranjeros en tierra de Egipto, y
con brazo levantado los sacó de ella. Y por un tiempo como de cuarenta años los
soportó en el desierto; y habiendo destruido siete naciones en la tierra de
Canaán, les dio en herencia su territorio. Después, como por cuatrocientos
cincuenta años, les dio jueces hasta el profeta Samuel. Luego pidieron rey, y
Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta
años. Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también
testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi
corazón, quien hará todo lo que yo quiero”.
Hechos 13:16-22
INTRODUCCIÓN
A partir del versículo 16 hasta el 47, Lucas nos presenta
uno de los increíbles sermones que Pablo dirigió a lo largo de sus viajes
misioneros, de alguna manera sigue casi la misma línea de pensamiento que se
observan en aquel que Pedro predicó en Pentecostés (Hechos 2:14–36), y en el
Pórtico de Salomón (Hechos 3:12–26), y aquel otro que Esteban predicó ante el
Sanedrín (Hechos 7:2–53). Algunos teólogos han estudiado la estructura y
contenido es este sermón, dividiéndolo en al menos 3 divisiones: La historia
de Israel como elegidos de Dios, la historia de salvación a través del Mesías
que viene de Israel y el mensaje del evangelio a todo el mundo.
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La historia de la elección de Israel
LA OPORTUNIDAD DE PABLO DE PRESENTAR EL EVANGELIO
“Entonces Pablo, levantándose, hecha señal de silencio con la mano,
dijo: Varones israelitas, y los que teméis a Dios, oíd …”
Hechos 13:16
Como vimos en la última oportunidad, Pablo y Bernabé
estuvieron asistiendo a una sinagoga judía en Antioquía de Pisidia, de tal
forma que se les permite dirigir la palabra a la audiencia presente: “Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los
principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis
alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad”, (Hechos 13:15).
Cuando la oportunidad se les presento, Pablo se levantó e hizo una señal con su
mano para que el auditorio hiciere silencio y entendiera que iba a hablar.
Lucas nos narra dos ocasiones similares donde se les permitió al visitante
dirigir a alguien la palabra a los presentes en la sinagoga. El primero fue
nuestro Señor Jesucristo: “Y enrollando el libro, lo
dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos
en él”, (Lucas 4:20). Luego, tenemos el segundo caso, aquí en Hechos
13.16: Entonces Pablo, levantándose, hecha señal de
silencio con la mano, dijo. Hay un detalle que destaca en ambas
narrativas, estas son, en Lucas, Jesús se sienta para dirigir las palabras a
los presentes en la sinagoga, mientras que, en Hechos, Pablo se levanta y
dirige su mensaje de pie. La costumbre en Israel pedía al predicador o
exponente sentarse en una silla, mientras que los demás lo escuchaban, esa
silla solía llamarse la cátedra de Moisés: “En la cátedra
de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan
que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque
dicen, y no hacen”, (Mateo 23:2-3). Sin embargo, la costumbre fuera
de Israel era diferente, ya que el expositor solía ponerse de pie. Era una
costumbre que los judíos se reunían en las sinagogas no solo para tener la
lectura de las Escrituras y sus respectivas reflexiones, sino, solían hacer
reuniones informales allí, por eso, cuando se le da la palabra a Pablo, había
muchos que hablaban, pero para callarlos y ponerlos en actitud de silencia y atención,
levanto su mano. También se dice que eso de levantar la mano para hacer señal
de silencie era una costumbre gentil, no obstante, Pablo se atreve a hacerlo en
una sinagoga judía, porque allí había gentiles, prosélitos, y su propósito era
que también ellos escuchasen su mensaje, por eso se dirige no solo a judíos,
sino, a todo varón temeroso de Dios: Varones
israelitas, y los que teméis a Dios, oíd …
UN PUEBLO ELEGIDO POR DIOS
“El Dios de este pueblo de Israel escogió a nuestros padres, y
enalteció al pueblo, siendo ellos extranjeros en tierra de Egipto, y con brazo
levantado los sacó de ella”.
Hechos 13:17
La introducción de Pablo es excepcional, comienza con la
historia de Israel resaltando el hecho de que Israel es un pueblo que fue
elegido por Dios: El Dios de este pueblo de
Israel escogió a nuestros padres, y enalteció al pueblo, siendo ellos
extranjeros en tierra de Egipto, y con brazo levantado los sacó de ella.
Dios llamo a Abraham y estuvo con cada uno de sus patriarcas, así Dios bendijo
a la descendencia de estos hasta que se convirtió en un gran pueblo, un pueblo
que era insignificante a los ojos de otras naciones, un pueblo esclavo en
Egipto, pero Dios levanto a Moisés a través del cual provoco grande y milagrosa
liberación para introducirlos en la tierra que había prometido a sus
antepasados que le daría. Dios eligió a Israel, no sobre la base de los méritos
humanos, porque ciertamente no había nada en ellos que los hiciera especiales o
dignos de ser elegidos, su elección fue basada en su amor y misericordia: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu
Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos
que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha
querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de
todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento
que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha
rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto”, (Deuteronomio
7:6-8). De igual manera, a nosotros los cristianos, Dios nos ha elegido para
vida eterna, no basado en méritos personales, es más, muchos de nosotros éramos
lo despreciable de este mundo, los menos probables, pero allí, Dios en su
elección incondicional, por su amor y gracias, nos eligió para vida eterna: “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y
lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra
vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni
muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los
sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo
vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo
que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros
en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría,
gloríese en el Señor”, (1 Corintios 1:25-31). La Biblia nos
enseña que la elección de Dios en cuanto a su salvación es totalmente
incondicional, un llamamiento eterno que nadie puede revocar, algo que ocurrió
en el pasado, desde antes que naciéramos, algo que opera en el presente para
preservarnos por medio de Cristo hasta el último día, y una salvación que continuara
en el futuro: “Porque a los que antes conoció,
también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo,
para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a
éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que
justificó, a éstos también glorificó”, (Romanos 8:29-30).
DESDE EL TIEMPO DE LOS JUECES HASTA DAVID
“Y por un tiempo como de cuarenta años los soportó en el desierto; y
habiendo destruido siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia
su territorio. Después, como por cuatrocientos cincuenta años, les dio jueces
hasta el profeta Samuel. Luego pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis,
varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta años. Quitado éste, les levantó por
rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo
de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero”.
Hechos 13:18-22
A continuación, Pablo nos da un perfecto resumen de la
historia de Israel después que fue liberado de Egipto, contraria a la
exposición de Esteban, este resumen es más corto. Si consideramos la suma
de todos los años, Israel paso 40 años peregrinando en el desierto antes de
entrar en la tierra prometida. Después Pablo se atreve a darnos un número
redondo del tiempo que duro la vida de Israel desde el tiempo de los jueces hasta
el tiempo de la monarquía de Saúl y David. Pablo menciona 450 años desde el
periodo de jueces hasta Samuel. Al leer el libro de 1 Reyes se nos dan detalles
referentes al tiempo transcurrido, desde, la salida de Egipto hasta el cuarto
año del reinado de Salomón: “En el año cuatrocientos
ochenta después que los hijos de Israel salieron de Egipto, el cuarto año del
principio del reino de Salomón sobre Israel, en el mes de Zif, que es el mes
segundo, comenzó él a edificar la casa de Jehová”, (1 Reyes 6:1). Si
lo vemos así, podríamos sumar: 40 años en el desierto + 50 años aproximados
de conquista de Canaán + 306 años del periodo de los jueces + 40 años de
reinado de Saul + 40 años de reinado de David + 4 años de lo que iba del
reinado de Salomón, lo que nos da los 480 años. Ahora, si lo comparamos con
el tiempo que Pablo nos proporciona, nos dice que por 40 años Dios los soporto
en el desierto, luego, por 450 años le dio jueces hasta el profeta Samuel, y
luego vino del periodo de la monarquía, primero con Saúl, 40 años, y luego, 40
años más con el reinado de David. Si sumásemos todo, tendríamos: 40 años en
el desierto + 50 años de conquista de Canaán + 450 años de los jueces de Israel
y las monarquías de Saúl y David, todo esto suma unos 540 años, es decir, 60
años más que la sumatoria basada en 1 Reyes 6.1; la diferencia básicamente radica
en el tiempo que duró el período de los jueces de Israel. Desde los
estudios históricos y arqueológicos, se concuerda que el periodo de Israel
vagando en el desierto se dio entre el 1440 al 1400 a.C., luego, la conquista
duró desde el 1400–1350 a.C., o sea, aproximadamente 50 años, y por 1 Samuel
13:1, hay un problema de traducción referente a cuantos años reinó Saúl, las
traducciones en diferentes versiones varia, así la RV60 traduce que reinó 2
años en Israel, pero la NVI lo traduce como que reinó 42 años. Luego, Pablo en
estos versículos nos afirma que Saúl reino 40 años, por lo que nos quedamos con
este dato, diciendo que su reinado se dio aproximadamente entre 1050–1010 a.C.,
y si consideramos el reinado de David, algunos lo ubican en los años 1010–970
a.C. Así que el reto aquí está en entender cuánto duró el tiempo de los jueces
de Israel, arqueológicamente las discusiones varían entre 300 a 400 años.
Como haya sido, nosotros no queremos seguir indagando más en
esta discusión, lo que si queremos resaltar en la enseñanza teológica y el
punto de aquí es resaltar cómo Dios escogió a este pueblo, que a los ojos de
las naciones era insignificante, un pueblo de esclavos sin valor aparente, pero
Dios, en su misericordia y basado en su elección incondicional, los eligió, con
grandes maravillas y fuerte brazo los liberó de la esclavitud de Egipto, los dirigió
por 40 años en el desierto, donde los preservó y los alimento con su maná del
cielo, los introdujo en la tierra prometida y con gran respaldo sobrenatural
les ayudó a conquistar y expulsar a los cananeos que allí habitaban, y estuvo
con ellos, aún en el período de los jueces de Israel, donde reinó el caos y
decadencia espiritual, les levantó jueces que los liberaron de sus enemigos, hasta
Samuel, luego vino el periodo de la monarquía y con David la nación de Israel
se consolidó como una nación fuerte venciendo a todos sus enemigos. Todo esto
nos muestra el amor y los propósitos que Dios tenía con un pueblo que
gradualmente fue exaltado, de un simple pueblo de esclavos despreciables a una
poderosa nación. Cuán hermosa lección es para todos nosotros, quienes también
en un tiempo vivíamos lejos de las promesas de Dios, sin esperanza, pero ahora,
Jesús nos eligió para vida eterna y nos ha llamado para dar mucho fruto: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a
vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto
permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”,
(Juan 15:16).

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