La oración intercesora de Daniel (Daniel 9:1-23)


 

“… aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento”.

Daniel 9:21-22

 

INTRODUCCIÓN

 

El capítulo 9 nos introduce a una de las profecías más sorprendentes que encontramos en la Biblia, la profecía de las 70 semanas de Daniel, sin embargo, antes de que al profeta se le revelase, tenemos la increíble oración de Daniel a favor de su pueblo y la profecía de Jeremías que anunciaba los 70 años de cautiverio. Daniel lee la profecía de Jeremías y su corazón se quebranta, sin embargo, vuelve su rostro a Dios, quien es clemente y grande en misericordia.

 

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La oración intercesora de Daniel


LOS 70 AÑOS DE EXILIO BABILÓNICO

 

El capítulo 9 del libro de Daniel comienza con la reflexión de Daniel después de leer el libro del profeta Jeremías: “En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años”, (Daniel 9:1-2).  Para este momento Babilonia había caído y los Medos y persas habían conquistado el imperio, por lo que Babilonia estaba ahora bajo su control y Dario, hijo de Asuero, el medo, había sido designado por el emperador Ciro el Grande, como su rey, es durante ese primer año de su reinado que Daniel leyendo el libro del profeta Jeremías encuentra aquella parte del texto que anunciaba los 70 años de cautiverio que la nación iba a pasar en Babilonia por causa de sus pecados y la promesa de regresarlos a su nación si estos se volvían a Dios en arrepentimiento: “Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años. Y cuando sean cumplidos los setenta años, castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación por su maldad, ha dicho Jehová, y a la tierra de los caldeos; y la convertiré en desiertos para siempre”, (Jeremías 25:11-12). Las deportaciones iniciaron en el 605 a.C., y Daniel se encontraba entre los primeros grupos que fueron llevados a Babilonia, luego, Babilonia fue conquistada por Ciro el Grande en el año 539 a.C., y si nos encontramos en el primer año del reinado de Darío el medo, habían pasado alrededor de 48 años de deportación, cuando Daniel leyó las palabras de Jeremías, recordó que el cautiverio duraría 70 años y la esperanza de que su pueblo volvería a su tierra.

 

LA ORACIÓN DE DANIEL

 

La lectura del profeta Jeremías debió impactar el corazón de Daniel y darle a entender que por causa de sus maldades les había venido todos estos males, pero, aun así, Dios no se iba a olvidar de ellos, sino los volvería a visitar 70 años después de su cautiverio. Es por ello por lo que, ante tal entendimiento, el corazón de Daniel se quebrantó y volvió su rostro a Dios en oración, lo busco en ruego, ayuno, cilicio y ceniza, haciendo confesión por sus pecados y los de su pueblo. Esta increíble oración la encontramos en Daniel 9:3-19. Esta oración es un verdadero modelo de intercesión que nosotros podemos practicar delante de Dios.

 

La oración de intercesión confiesa sus pecados.

 

“Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra. Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti. Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos”.

Daniel 9:3-8

 

En la primera parte de su oración Daniel hace una confesión por los pecados de su pueblo, y él se incluye en estos, este dice: …hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron De esta manera la oración de Daniel prosigue confesando los pecados de la nación reconociendo que al final de todo esto, del Señor es la justicia y del pueblo rebelde la confusión de rostro. Cuando el hombre se decide rebelar, el perjudicado es él, Israel había pecado y por su pecado había caído y ahora su afrenta era grande, muchos murieron por la invasión babilónica, otros tantos se encontraban sufriendo en el cautiverio y todo era por sus maldades. Ahora, todo esto era por causa de sus pecados y, por ende, era parte del juicio de Dios, pero, este juicio no vino a ellos de repente o sin advertencia, antes, pasaron siglos, desde la muerte de Salomón, donde Dios le levanto a sus siervos los profetas, pero estos no obedecieron, antes, perseveraron y se esforzaron aun más en sus maldades.

 

A la muerte de Salomón, aproximadamente en el 931 a.C. el reino se dividió entre Jeroboam en el Norte con 10 tribus de Israel, y el reino del Sur con 2 tribus en Judá. Israel, el reino del norte cayo por el poderío asirio en el 722 a.C. y fue deportado, por lo que tuvo 209 años en los cuales Dios los amonesto con profetas como Elías, Eliseo, Oseas, entre otros, pero no obedecieron y les vino la calamidad. Luego, aunque Judá tuvo algunos reyes buenos, muchos no lo fueron, el último rey bueno fue Josías, los demás reyes fueron malos, aunque profetas los amonestaron y les exhortaron a volverse a Dios, no hicieron caso, y en el 586 a. C., pero antes de eso, sus profetas llamaron al arrepentimiento, pero nadie obedeció. Hoy en día Dios es paciente, por medio del evangelio se le hace un llamamiento al hombre para que se vuelva de sus maldades, pero un día, el tiempo de gracia se terminará: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”, (2 Pedro 3:9). Como Daniel hizo, también nosotros debemos interceder por nuestro pueblo, vemos a Daniel reconociendo los pecados de su pueblo, en los cuales él mismo se incluye. Cuán importante es que todos confesemos nuestros pecados para que podamos acercarnos a Dios.

 

La oración de intercesión reconoce la justicia de Dios

 

“De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado, y no obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas. Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos. Y él ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos gobernaron, trayendo sobre nosotros tan grande mal; pues nunca fue hecho debajo del cielo nada semejante a lo que se ha hecho contra Jerusalén. Conforme está escrito en la ley de Moisés, todo este mal vino sobre nosotros; y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad. Por tanto, Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho, porque no obedecimos a su voz”.

Daniel 9:9-14

 

Luego Daniel prosigue en su gran oración de intercesión recordándole a Dios que Él es Dios justo y el humano injusto, Daniel dice que de Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aun cuando se tratase de un pueblo rebelde, pero si estos se vuelven a Él en arrepentimiento, el Señor se complace en perdonar sus iniquidades. Daniel insiste en reconocer sus faltas: “… Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés… todo este mal vino sobre nosotros; y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad…” Aquí Daniel reconoce el pecado de toda una nación y el hecho de que aun habiendo hecho esto, no se habían arrepentido de sus iniquidades, por ello Daniel confiesa su culpa y una vez más reconoce que justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras. Al final el hombre es responsable de su propio mal, Dios en su justicia castiga el pecado, pero antes le advierte al hombre para que se arrepienta, lamentablemente muchos no atienden su llamado y las consecuencias de sus pecados los alcanza. Por ello, como Daniel debemos interceder delante de Dios por esta humanidad pecadora, debemos orar recordando la justicia de Dios que no dará por inocente al culpable: “Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos”, (Números 14:18).

 

La oración de intercesión apela a la misericordia de Dios

 

“Ahora pues, Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente. Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro. Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo”.

Daniel 9:15-19

 

Considerando la culpa del pueblo y su merecido castigo que refleja la justicia de Dios, Daniel decide apelar a la misericordia de Dios implorándole que se acuerde de su pueblo para traer redención y liberación, Daniel dice: “…Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo…” De esta forma, Daniel implora el perdón de Dios y el cumplimiento de su promesa de hacer regresar a su pueblo a su tierra. Aunque este mundo vaya de mal en peor, nosotros los cristianos debemos interceder por él, apelando a las muchas promesas de Dios, a su promesa de redención y vida eterna. Hoy en día muchos hemos abandonado esta práctica, la práctica de interceder, probablemente tengamos un tiempo de oración, pero cuántos de nosotros intercedemos por nuestro pueblo para que el reino de Dios venga sobre esta tierra: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé”, (Ezequiel 22:30). Seamos nosotros ese hombre o mujer que Dios busca para orar e interceder por los perdidos.

 

EL INTÉRPRETE CELESTIAL

 

“Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento.  Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y entiende la visión”.

Daniel 9:20-23

 

Ahora, la respuesta a la oración de Daniel no se hace tardar, porque aun orando estaba este cuando el ángel Gabriel, quien anteriormente le había interpretado la visión anterior, se le apareció y le dijo que estaba allí para darle sabiduría y entendimiento en todo lo que había pedido y en lo que habría de recibir de parte del Señor, a partir de aquí, Daniel recibiría la respuesta a su oración, Dios le confirmaría que efectivamente sus promesas se cumplirían en su pueblo y se le revelaría una de las profecías más impactantes y de gran relevancia que encontramos en la Biblia. Nosotros como Daniel busquemos nuestras respuestas en la oración, intercedamos, confesando nuestros pecados, reconociendo la justicia de Dios y apelando a su enorme misericordia.

 

 

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