Tres realidades que no debemos ignorar (Eclesiastés 3:16-20)




“Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad. Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace. Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias. Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo”.
Eclesiastés 3:16-20

INTRODUCCIÓN


El libro de Eclesiastés ha sido por algunos mal entendido por algunas personas a tal punto de ignoran su mensaje por considerarlo el testimonio de un hombre vicioso que vivió en medio de placeres y riquezas. No obstante, este libro nos muestra lo inútil y vacía que es la vida entregada a satisfacer los placeres de la carne, lo inútil que son los logros y riquezas si Dios realmente no se encuentra en la vida. En estos versículos se nos habla de tres realidades que le acontecerán al hombre y a las cuales debe prestar atención porque de ello depende toda su eternidad.

3-realidades
Tres realidades que no debemos ignorar

                                I.            LA REALIDAD DE NUESTRA MALDAD.


“Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad”.

            La primera realidad de nuestra propia existencia que debemos considerar es la de nuestra propia maldad. Muchas personas hoy en día no se consideran tan malas, piensan de ellas como buenas y por tanto realizan buenas obras creyendo que ellas las salvaran. Pero lo cierto es que sin Dios nuestro corazón está dañado por el pecado y nuestras obras son de continuo solamente el mal. La misma Biblia testifica esta realidad a tal punto que Pablo citando varios pasajes de los profetas y salmos lo describe muy bien: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda,  no hay quien busque a Dios.  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta;  Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos;  y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos”, (Romanos 3:10-18). Aun desde los mismos inicios de la creación el hombre ha mostrado tener un corazón malo: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”, (Génesis 6:5). Tan grave es la condición del hombre que aun desde el vientre de la madre esta desviado del camino de Dios: “He aquí, en maldad he sido formado,  en pecado me concibió mi madre”, (Salmo 51:5). Considerando todos estos versículos comprendemos la primera realidad de nuestro ser: Somos pecadores, y esto nos conduce a la siguiente realidad.

                             II.            LA REALIDAD DEL JUICIO DIVINO.


“Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace”.

            En segundo lugar, debemos estar conscientes de la realidad del juicio divino. Salomón en este versículo nos enseña que Dios juzgará a todo hombre, sea justo o injusto. Uno de los atributos de Dios es la justicia y por tal motivo no puede pasar por alto el juzgar toda obra de los seres humanos, sea esta buena o mala, y por ello el apóstol Pablo exhortaba al arrepentimiento ya que un día el tiempo de misericordia se acabaría y solo quedaría enfrentarse al juicio: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios”, (Romanos 2:4-11). Hay un día que Dios ha establecido para el juicio y todos aquellos que mueran en sus pecados tendrán que enfrentar el juicio de Dios: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”, (Apocalipsis 20:11-15).

            Es en función de esta realidad que todos debemos proceder al arrepentimiento mientras aun estemos con vida porque una vez muertos será demasiado tarde, y esto nos lleva a la tercera realidad.


                          III.            LA REALIDAD DE NUESTRA MUERTE.


“Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias. Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo”.

            Dios nos ha provisto de una conciencia la cual nos acusa de nuestro pecado y está consiente de alguna manera de la realidad del juicio divino, y esto Dios lo ha dado a los hombres con el fin de que reflexionen de sus malos caminos y se arrepientan antes que mueran y sea demasiado tarde: Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias. Salomón nos dice que lo mismo que le sucede a las bestias le sucederá al hombre y por tanto debe arrepentirse de todos sus pecados antes que le sorprenda la muerte: Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo. Generalmente el hombre no piensa en la muerte, pero es una realidad que le acontece a todo ser viviente y el problema de morir en pecados es que se pasara a la eternidad únicamente para ser juzgado y condenado; pero Cristo nos ofrece una oportunidad de salvarnos de las consecuencias del pecado: “De la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”, (Hebreos 9:27-28).

CONCLUSIÓN.


            Por tanto, concluimos que hay tres realidades que el hombre no debe ignorar, la realidad de su pecado, la realidad del juicio venidero y de que la muerte le abrirá la puerta a una eternidad de condenación por causa de su maldad. Sin embargo, Dios desea que todos procedamos al arrepentimiento de nuestros pecados para escapar de la condenación eterna.

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