Primer hábito: Sea una persona de oración



 “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”.
Salmo 5:3

                 Uno de los primeros hábitos que todo líder cristiano tiene que desarrollar es el de ser una persona de oración, es decir, mantener una comunión constante con Dios a través de la oración. La oración es un arma poderosa que trae gran bendición a la vida del que la práctica ya que a través de ella podemos acercarnos a Dios, pedir por nuestras necesidad y problemas, encomendar al Señor nuestros proyectos y sobre todo ganar el respaldo de su presencia en nuestra vida en todo lo que hacemos. El salmista conocía muy bien la importancia de este hábito a tal punto que no iniciaba el día sin antes buscar en oración la presencia de Dios: Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. Como el salmista nosotros deberíamos iniciar nuestros días buscando a Dios en oración ya que este hábito es determinante en el éxito de un líder cristiano. Si uno estudia la vida de los grandes hombres de Dios nos daremos cuenta de que todos ellos dependieron de la oración. Por ejemplo, nuestro mayor ejemplo, nuestro Señor Jesús, fue un hombre de oración a tal punto que si leemos los evangelios lo podemos ver orando desde las primeras horas del día: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”, (Marcos 1:35), orando por los niños (Mateo 19:13-15), orando por los enfermos y endemoniados (Marcos 1:29-34), orando por los alimentos y repartiendo a sus discípulos (Juan 6:5), orando en sus momentos de angustia (Lucas 22:39-44), y en general, Jesús mantenía una comunión constante con su Padre a través de la oración. Tan evidente era este hábito en la vida de nuestro Señor que sus mismos discípulos quedaron impactados por ello que le pidieron que les enseñara a orar: “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”, (Lucas 11:1). Si uno estudia la vida de los grandes hombres de Dios nos daremos cuenta que todos tenían el hábito de la oración. Por ejemplo, el profeta Daniel tenía la costumbre de orar tres veces al día: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”, (Daniel 6:10), el rey David también acostumbraba buscar en oración a Dios tres veces al día: “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz”, (Salmo 55:17). Nehemías, aunque no tuvo un ministerio de sacerdote, profeta o rey tuvo éxito en dirigir la reconstrucción de los muros apoyándose constantemente de la oración (Nehemías 1:4-11), Los profetas Elías y Eliseo realizaron sus grandes proezas después de orar, Martín Lutero solía orar dos horas diarias en la mañana antes de comenzar su día, y cuando tenía problemas oraba cuatro horas, George Müller logró mantener sus orfanatorios gracias a sus constantes oraciones, D. L. Moody logro ser un gran evangelista gracias a sus constantes oraciones que se veían en sus bosquejos manchados por sus lágrimas, David Brainerd logro impactar a los pieles rojas de Norte América gracias a sus intercesiones en oración, y en sí, hombres como William Carey, David Livingston, Hudson Taylor, John Wesley, Charles, Spurgeon, entre otros se caracterizaron por ser hombres de oración.

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El hábito de la oración

RAZONES POR LAS CUALES DEBEMOS ORAR


“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”.
Colosenses 4:2

                     Está claro que el hábito de la oración es clave en nuestra vida y en el liderazgo cristiano se vuelve vital ya que a través de ella garantizamos el respaldo de Dios en todo lo que se hace. Por ello Pablo exhortaba a los colosenses a perseverar en la oración: Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias. La palabra perseverar indica practicar con toda diligencia de manera continua en la oración, ahora bien, esto no es fácil ya que por ser una práctica que contribuye a nuestra edificación personal, nuestra carne se opondrá a ella, de allí que el mismo Pablo nos exhorta a no permitir que nuestra naturaleza pecaminosa reine en nosotros: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”, (Romanos 8:12-13). Veamos algunas razones por las cuales debemos orar.

            Oramos para vencer nuestra naturaleza pecaminosa.


“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
Romanos 12:1

                La primera razón por la cual debemos orar a Dios es porque a través de la oración podemos vencer nuestra naturaleza pecaminosa. Pablo nos dice que todos aquellos que hemos nacido de nuevo hemos de vivir conforme al Espíritu y no seguir los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, y para lograr tal fin debemos buscar todo aquello que contribuye a nuestra edificación personal. Definitivamente la oración y la lectura de la palabra de Dios encabezan las prácticas de debemos desarrollar tal y como los apóstoles lo dijeron cuando vieron que era más importante perseverar en ambas prácticas que desatenderlas para realizar otras prácticas: “Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra”, (Hechos 6:4). De igual manera, el pastor David Yonggi Cho nos habla de la importancia de combinar la oración con la lectura de la Biblia: “Con mucha frecuencia, los que somos pastores  vamos a las Escrituras únicamente para buscar mensajes que predicar. Sin embargo, debemos leer la Biblia a fin de recibir alimento espiritual para nuestro propio corazón: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti", (Salmo 119:11)”[1]. Por tanto, combinar la oración con la lectura de la Biblia nos ayuda a vencer nuestra carne y vivir en el Espíritu.

            Oramos porque Jesús lo enseño.


“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal”.
Lucas 11:1-4

               La segunda razón por la cual debemos orar es porque es el método que Dios tiene para que presentemos nuestras necesidades y recibamos de Él respuesta. En la oración del Padre nuestro Jesús nos ofrece un modelo que podemos seguir al momento de orar. Esta oración no tiene como objetivo enseñarnos a repetirla como una especie de rezo ya que el mismo Jesús lo condena: “Más tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”, (Mateo 6:6-8). Esto quiere decir que la oración del Padre nuestro nos ofrece un modelo del tipo de peticiones y plegarias de las cuales pueden estar formadas nuestras oraciones: “Era costumbre que los rabinos enseñaran a sus discípulos una oración sencilla para uso frecuente. Juan el Bautista lo había hecho con sus discípulos, y ahora le pedían a Jesús los suyos que Él también les enseñara una oración. Aquí tenemos la versión de la Oración que nos da Lucas. Es más corta que la de Mateo, pero nos enseña todo lo que necesitamos saber acerca de cómo y qué pedir en oración”[2]. De la oración del Padre nuestro podemos aprender lo siguiente:


1.       Iniciar orando a Dios reconociendo que es nuestro Padre y santificando su nombre: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
2.       Orar pidiendo por el avance de su reino en esta tierra: Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
3.       Orar por nuestro sustento y necesidades diarias: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
4.       Confesar nuestros pecados asegurándonos de no guardar ningún rencor en nuestro corazón: Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben.
5.       Pedir fortaleza espiritual para no ceder a los ataques de Satanás: Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal.

Ahora bien, la oración del Padre nuestro no es la única sugerencia que la Biblia enseña en cuanto a la forma de como orar, ya que encontramos otros pasajes donde se nos da más información acerca de cómo hacerlo, por ejemplo, Juan 14:13; 16:26 nos enseñan que debemos orar en el nombre de Jesús; 1 Timoteo 2:1-2 enseña a incluir a todo hombre y gobernantes en nuestras oraciones; también 1 Tesalonicenses 5:17 nos enseña a orar sin cesar, Santiago 1:5; 5:16, nos enseña a pedir sabiduría, confesar nuestras ofensas y orar unos por otros. Por tanto, debemos orar porque así presentamos nuestras peticiones y necesidades delante de Dios.

Oramos porque es el método para recibir nuestras peticiones.


“Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.  Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”.
Lucas 11:5-12
En tercer lugar, oramos porque es la forma que Jesús enseño para que recibamos respuestas a nuestras peticiones. La fórmula que Jesús es sencilla: pedir para recibir. Para ilustrar este principio lo hace de tres formas diferentes. Lo primero que hace es contarnos una parábola: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite. Aquí se nos ilustra el caso de una persona a quien le vino a medianoche un amigo y no tenía que darle de comer. Era una costumbre en el Medio Oriente el ser hospedador de tal forma que si no tenía que darle de comer esto era muy vergonzoso por lo que tomó la decisión de ir a la casa de su vecino y tocar la puerta para que le prestase tres panes. Obviamente, esto incomodo al vecino ya que las casas solían ser pequeñas y de una sola habitación donde todos dormían, la puerta se cerraba y solo había una pequeña ventana. Podemos imaginarnos la incomodidad que esto provoco; peor si no se hubiera precedido de esta forma no hubiera obtenido lo que necesitaba y William Barclay lo describe muy bien: “¿Todavía nos sorprende que el hombre de la casa no quisiera levantarse? Pero el amigo necesitado seguía llamando sin vergüenza (eso es lo que quiere decir la palabra en el original), hasta que el de dentro, con toda la comunidad inquieta para entonces, acababa por levantarse a darle lo que necesitaba”[3]. Esta parábola nos enseña que la insistencia en pedir y llamar es la clave para recibir.

                La segunda forma de cómo Jesús ilustra este principio de pedir para recibir es a través de esta fórmula: Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.  Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Esto es sencillo, pidamos para recibir, busquemos para hallar, llamemos con insistencia a la puerta de Dios para que se nos abran nuevas puertas de oportunidades. Todos estos verbos: Pedir, buscar y llamar están en infinitivo y nos exhortan a la acción continua lo cual nos enseña a perseverar en la oración presentando constantemente nuestras peticiones.

                Finalmente, Jesús acude a la naturaleza bondadosa de Dios versus el carácter egoísta y malo del hombre: ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? Si nuestros padres fueron generosos con nosotros sabiéndonos dar buenas dádivas a pesar que eran humanos con una naturaleza dañada por el pecado, cuanto más no nos dará Dios es un Padre misericordioso. Por tanto, la actitud de pedir constantemente debe motivarnos para conseguir la respuesta a todas nuestras peticiones, tal y como lo afirma el pastor David Yonggi Cho: “¡El pedir es algo fundamental en la oración! Dios es nuestro Padre; y como Padre le gusta dar cosas a sus hijos. En una familia los hijos tienen derechos. El Hijo de Dios, Jesucristo, nos ordenó de un modo enfático: "De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido" (Juan 16:23,24)”[4].  El apóstol Juan también nos habla de la confianza que podemos tener de presentar nuestras peticiones delante de Dios y recibir una respuesta: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”, (1 Juan 5:14-15). Sin embargo, no debemos olvidar que la clave de todo esto está en la insistencia.

Oramos para que se manifieste el poder de Dios.


“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”.
Santiago 5:17-18

Otra razón por la cual debemos orar es porque solo así se manifestará el verdadero poder de Dios en nuestras vidas. Santiago nos enseña que realmente no hay nada imposible para el cristiano que orar y pone el ejemplo del profeta Elías. Si uno estudia la vida de Elías se puede dar cuenta que fue un hombre lleno del poder de Dios el cual en sus tiempos desafío a toda una nación y a su rey a volverse a su Señor, realizo grandes proezas y milagros, y hasta cerro los cielos para que no lloviese por tres años y medio. Pero cómo lo logro. El secreto de su éxito estaba en la oración. Elías era un hombre sencillo, sujeto a las mismas pasiones y debilidades de nosotros, pero por medio de la oración logro que la mano de Dios se moviera en toda clase de portento y señales. Si nosotros nos convertimos en hombres de oración podemos lograr lo mismo, de hecho nuestro Señor Jesús nos exhorta a buscar la manifestación del poder de Dios a través de la oración: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”, (Juan 14:12-14). Podemos esperar ver el respaldo de Dios en nuestras vidas y aun hacer las más grandes proezas, todo por medio de la oración. Cuantas cosas están ocultas a nuestros ojos y escapan de nuestra percepción, pero la oración es capaz de abrir nuestros ojos espirituales: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”, (Jeremías 33:3).

Cuantos hombres lograron realizar grandes proezas a través de la oración. Por ejemplo, Nehemías no logro el respaldo del rey para reconstruir los muros de Jerusalén sino después que se humillo en oración y ayuno cuando se enteró la ruina en la cual se encontraba la ciudad: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos”, (Nehemías 1:4). El sacerdote Esdras logro traer despertar un verdadero arrepentimiento en toda la nación judía después que se humillo y oro al Señor: “Cuando oí esto, rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté angustiado en extremo… Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios”, (Esdras 9:3,5). Ester logro el favor del rey Asuero después que se humillo en ayunos delante de Dios, salvando así a toda su nación del exterminio: “Vé y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca”, (Ester 4:16). Daniel fue protegido en el pozo de los leones debido a que gozaba del respaldo de Dios gracias a sus constantes oraciones: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”, (Daniel 6:10). La iglesia primitiva mantenía una actitud de oración lo que provocaba el mover del Espíritu Santo: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles”, (Hechos 2:42-43). Y el mismo Pablo recibió la confirmación de su ministerio mientras oraba y ayunaba: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”, (Hechos 13:1-3). Por tanto, si queremos ver la poderosa mano de Dios moviéndose en nuestra vida debemos convertirnos en hombres de oración.

¿POR QUÉ NO RECIBIMOS LO QUE PEDIMOS?


                   Si nos damos cuenta el deseo de Dios es que le pidamos en oración, no obstante, esto no significa que todo lo que pidamos lo responderá. Conocer las razones por las cuales Dios no responde a nuestras peticiones es importante ya que esto hará que seamos más efectivos en la oración y recibamos de Dios lo que pedimos. Veamos algunas razones bíblicas por las cuales no recibimos respuesta de nuestras oraciones.

                Porque no tenemos fe.


“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor”.
Santiago 1:6-7

Santiago nos dice que la fe es determinante para obtener lo que queremos. Muchas oraciones no reciben respuesta de parte de Dios porque no se tiene fe, es decir, esa convicción interna de plena seguridad de que el Señor responderá sin importar las circunstancias. El autor a los Hebreos nos dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, (Hebreos 11:1). En primer lugar, dice que la fe la certeza de lo que se espera. La palabra que se traduce como certeza es jupóstasis (ὑπόστασις) y puede traducirse también como sustancia, tal y como la versión en Inglés lo traduce: “Now faith is the substance of things hoped for..”, (Hebreos 11:1, KJV) En este sentido, la fe es como la materia prima de la cual nuestra confianza se construye, esta mira hacia el futuro, a las cosas que están adelante y es la garantía que tenemos que recibiremos lo que tanto esperamos, tal y como lo traduce la NVI: “Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve”, (Hebreos 11:1, NVI). A parte de esto, la fe es la convicción de lo que no se ve. La palabra convicción proviene del griego elegjos (ἔλεγχος) la cual nos habla de una convicción basada en pruebas. Curiosamente la versión King James en Ingles traduce esta palabra como evidencia: “… the evidence of things not seen”, (Hebreos 11:1, KJV). Por tanto, la fe es la convicción de algo que no se visualiza materialmente, pero se cree como algo que ya existe. Basado en todo esto podemos ver que es en función de esta virtud que el creyente vive, mirando hacia el futuro con plena certeza y colocando su esperanza en las cosas que no se ven. Por ello, sin fe es imposible obtener la respuesta de Dios a nuestras oraciones. Jesús lo dijo de esta forma: “Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”, (Marcos 11:22-24). De acuerdo a las palabras de Jesús la fe es creer incluso en las cosas imposibles, sin abrigar en el corazón la más mínima de las dudas. Por ello, oremos a Dios con plena certidumbre de fe y recibiremos una respuesta de Él.

Porque hay raíces de amargura en nuestro corazón. 


“Cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”.
Marcos 11:25-26

Nuestro Señor Jesús nos habla de la importancia de perdonar en oración a los que nos hacen daño. El perdonar es importante porque así nos aseguramos de no guardar rencor contra nuestros prójimos ya que ello puede ser una causa por la cual Dios no contesta nuestras oraciones. En el sermón del monte Jesús puso a la ira como un pecado tan grave como el homicidio: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante”, (Mateo 5:21-26). El paralelismo climático que Jesús ilustra nos muestra la gravedad del asunto. Primero el enojo conlleva a un crimen que debe juzgarse ante los tribunales locales de la aldea, pero el enojo da paso a insultos llamándolo necio lo cual equivale a un crimen que debe juzgarse en un tribunal más serio como el Sanedrín, y finalmente despierta el odio que se expresa en palabras más hirientes como fatuo o tondo lo cual es un pecado digno del infierno. Jesús nos recomienda que lo mejor es ponernos de acuerdo con nuestro adversario y lo ilustra con alguien que tiene que poner en orden sus cosas antes de ser echado a la cárcel y pagar allí todo lo que debe. Por esta razón no debemos guardar ningún tipo de resentimiento ni permitir que el odio se apodere de nuestro corazón porque de lo contrario no recibiremos las respuestas a nuestras oraciones.

Porque estamos en pecado.


“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.
Juan 15:7

Muchas oraciones no son eficaces porque estamos en pecado. Jesús no dijo que, si permanecemos fieles a Él y vivimos por sus palabras, podíamos pedir todo lo que quisiéramos. Hoy en día el pecado se ha introducido sutilmente en la iglesia y lamentablemente muchos creyentes han sido contaminados, sin embargo, es importante mantenernos limpios para que no hallan estorbos en nuestras oraciones: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”, (Salmo 66:18).

Porque pedimos fuera de su voluntad.


“Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”.
Santiago 4:3

                Otra razón por la cual no recibimos respuesta a nuestras oraciones es porque pedimos mal. En Santiago se nos dice que debemos tener cuidado de no estar pidiendo para nuestros deleites personales, sino estar dentro de su voluntad. Conocer la voluntad de Dios es importante para no pedir cosas que no convienen y para ello es importante que conozcamos la palabra de Dios porque ella nos ayudará a saber discernir entre el bien y el mal: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”, (Salmo 119:105). Si estamos dentro de la voluntad de Dios podemos tener plena certeza que Dios responderá: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”, (1 Juan 5:14-15).

Porque no perseveramos en la oración.


“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”.
Lucas 18:1-8

Otra de las razones por las cuales nuestras oraciones no reciben una respuesta de parte de Dios es por nuestra falta de perseverancia en la oración. En esta parábola vemos como la insistencia de la viuda persuadió al juez injusto de concederle su petición con tal de que no le colmara la paciencia. Jesús hace la reflexión: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Por tanto, si sabemos que estamos en su voluntad, perseveremos cada día pidiendo hasta que Dios nos responda.

Porque recibimos una respuesta diferente a la que esperábamos.


“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”.
2 Corintios 12:7-9

Aquí tenemos el caso del apóstol Pablo al cual se le dio una especie de azote con el propósito de que no se enalteciera en sobremanera por las revelaciones que Dios le había dado. Por este azote oro tres veces, pero Dios no quiso quitárselo y le dio una respuesta diferente a la que buscaba: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Algunas veces recibiremos de parte de Dios una respuesta diferente, o un simple “no”, sin embargo, esto no tiene que desanimarnos ya que Dios sabe lo que más nos conviene: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”, (Isaías 55:8-9).

               


[1] David Yonggi Cho.” La oración, la clave del avivamiento”. Editorial Betania, Buenos Aires, EEUU, 1987.  Pág. 68.
[2] William Barclay. “Comentario al Nuevo Testamento”. Comentario a versículos, Lucas 11:1-4. Biblioteca electrónica: e-Sword.
[3] William Barclay. “Comentario al Nuevo Testamento”. Comentario a versículos, Lucas 11:5-13. Biblioteca electrónica: e-Sword.
[4] David Yonggi Cho.” La oración, la clave del avivamiento”. Editorial Betania, Buenos Aires, EEUU, 1987.  Pág. 47.



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