La admiración de los sencillos (Juan 7:45-53)



“Los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos; y éstos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre! Entonces los fariseos les respondieron: ¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es. Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos: ¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho? Respondieron y le dijeron: ¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta.  Cada uno se fue a su casa”.
Juan 7:45-53

INTRODUCCIÓN


                  Finalmente, llegamos a los últimos versículos del capítulo 7 del evangelio según Juan y con estos se cierra esta sección donde vimos como la oposición hacia Jesús había crecido tanto que llego a despertar diferentes reacciones en las personas que lo oyeron durante la realización de la fiesta de los tabernáculos, incluyendo el deseo de matarlo de parte de los principales líderes religiosos de Jerusalén. En este caso los líderes del Sanedrín habían enviado a unos alguaciles a buscar a Jesús para capturarlo y encerarlo en alguna cárcel, pero aquellos regresaron maravillados de haber escuchado las enseñanzas del gran Maestro, lo cual despertara un desprecio de parte de los principales sacerdotes y fariseos hacia la gente sencilla que creen en las palabras de Jesús.


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La admiración de los sencillos

 

LA ADMIRACIÓN DE LOS ALGUACILES


“Los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos; y éstos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”.
Juan 7:45-46

                 Como lo vimos en versículos anteriores cuando los líderes judíos se enteraron que Jesús había subido a la fiesta y estaba enseñando estos decidieron enviar alguaciles con el fin de capturarlo: “Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas; y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendiesen”, (Juan 7:32). Sin embargo, ahora estos regresaban a sus líderes impresionados de las palabras de Jesús: Los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos; y éstos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre! Al leer este versículo unos puede ver cómo su odio hacia Jesús había logrado que dos facciones que habían sido rivales se uniesen para destruir a Jesús, y estas eran, las sectas de los fariseos y los saduceos. Los fariseos eran la secta mayoritaria y sus seguidores eran conservadores de las tradiciones de Israel, basaban sus vidas en la observancia de la ley de Moisés, aunque también reconocían los profetas y los otros escritos del Antiguo Testamento como Escrituras. Creían en los ángeles y en la resurrección de los muertos. En contraste, los saduceos eran la secta minoritaria, los cuales son llamados en ocasiones como los principales sacerdotes, provenían de una clase aristocrática y en los tiempos de Jesús uno de ellos estaba fungiendo como el sumo sacerdote: “Y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás…”, (Lucas 3:2). Simpatizaban bastante con las autoridades romanas a diferencia de los fariseos de detestaban a los gentiles, aparte de esto, solo creían en la ley de Moisés y rechazaban la autoridad divina de los profetas y demás Escritos del Antiguo Testamento, la teología de los ángeles y la resurrección de los muertos. Tan grandes eran las diferencias de estos dos grupos sectarios que Pablo tomo ventajas de ellas para libarse en una audiencia de juicio que le hicieron: “Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas. Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a Dios”, (Hechos 23:6-9). No obstante, a pesar de sus grandes diferencias ahora los vemos unidos en su único fin de destruir a nuestro Señor Jesucristo. Por otro lado, vemos la actitud que tomaron los alguaciles. La palabra alguacil se traduce directamente del griego juperétes (ὑπηρέτης), la cual era el termino bajo el cual se designaban los servidores de los miembros del sanedrín. Estos alguaciles fueron a apresar a Jesús por órdenes de los principales sacerdotes y fariseos, pero estos no pudieron cuando escucharon las enseñanzas del reino de Dios que Jesús exponía con gran maestría: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!

EL DESPRECIO DE LOS PRINCIPALES SACERDOTES HACIA LA GENTE SENCILLA


“Entonces los fariseos les respondieron: ¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es”.
Juan 7:47-48

                Ante tal respuesta de los alguaciles, los fariseos responden: ¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es. Estas palabras son muy insultantes y reflejan el desprecio que estos tenían hacia la gente común y corriente. En primer lugar, afirman que son tan ignorantes por el hecho de haber sido engañados por las palabras de Jesús: ¿También vosotros habéis sido engañados? Estos hombres eran incapaces de dar crédito a las palabras de Jesús y lo único que hicieron fue hacerlos ver como verdaderos ignorantes. En segundo lugar, les dicen que ningunos de sus gobernantes o de los fariseos habían creído en Jesús, y cómo era posible que ellos se dejaran engañar, ya que se esperaba que todas las personas siguieran su ejemplo sin cuestionar nada: ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Obviamente, ellos se consideraban superiores a todos los demás y se jactaban de comprender las verdades espirituales de Dios; pero lo cierto es que eran los más ignorantes de todos. Finalmente, encontramos la mayor expresión de desprecio hacia la gente común: Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es. Para ellos todas las personas fuera de su círculo exclusivista era tan insignificantes que se atrevían a decir que eran malditos. Esto es lo peor que uno puede encontrar, un grupo de religiosos que se consideran superiores a los demás y ven con desprecia a la gente común. Para los fariseos y saduceos la gente común eran personas ignorantes con los que no se juntaban, pero para Jesús eran personas muy valiosas, necesitadas de la verdad del evangelio y del perdón de pecados.


UNA DEFENSA TÍMIDA


“Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos: ¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho? Respondieron y le dijeron: ¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta. Cada uno se fue a su casa”.
Juan 7:50-53

                  Aquí podemos ver que no todos los fariseos estaban en contra de Jesús, y que no solo la gente común habían creído sino que también algunos de ellos como Nicodemo el cual fue de noche a visitar a Jesús (Juan 3:1), y también José de Arimatea que enterró el cuerdo de Jesús en una de sus tumbas: “Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo”, (Lucas 23:50). En estos versículos vemos a Nicodemo tratando de defender a Jesús, pero sin levantar sospechas de su verdadera vocación de fe: Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos: ¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho? Obviamente la defensa no fue tan eficaz ya que Nicodemo no quería levantar sospechas acerca de su fe. Cuando las personas, ya sea por temor o vergüenza esconden su verdadera fe no logran exponer y defender con eficacia el evangelio de Cristo. Nadie debe avergonzarse del evangelio ya que es poder para salvar las almas: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego”, (Romanos 1:16). Nicodemo apelo a una de las leyes levíticas que exigían la presencia del acusado antes de juzgarlo con el fin de no admitir falso testimonio y no cometer ninguna injusticia: “No admitirás falso rumor. No te concertarás con el impío para ser testigo falso”, (Éxodo 23:1). Lamentablemente, la defensa tímida de Nicodemo termino rápidamente ante la clara molestia de la mayoría de los miembros del sanedrín: ¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta. Cada uno se fue a su casaLo cierto es que la fe requiere valentía y determinación de cada uno de nosotros, ya que habrán momentos donde los hijos de las tinieblas trataran de ridiculizar el evangelio, pero jamás debemos intimidarnos, sino que con la ayuda del Espíritu Santo debemos presentar defensa, tal y como Pedro lo dice, debemos santificarnos delante de Dios y estar listos para presentar defensa de nuestra fe con toda humildad: “sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”, (1 Pedro 3:15). Estar preparado implica estar en comunión con Dios y un conocimiento acertado de su palabra para que con ayuda del Espíritu Santo podamos dar razón de la fe.



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